domingo, 30 de junio de 2013

NOCHE COMPARTIDA EN EL RECUERDO DE UNA HUIDA







Golpes en la tumba. Al filo de las palabras golpes en la

tumba. Quién vive, dije. Yo dije quién vive. Y hasta cuándo

esta intromisión de lo externo de lo interno, o de lo menos

interno de lo interno, que se va tejiendo como un manto de

harpillera sobre mi pobreza indecible. No fue el sueño, no

fue la vigilia, no fue el crimen, no fue el nacimiento: solamente

el golpear como un pesado cuchillo sobre la tumba

de mi amigo. Y lo absurdo de mi costado derecho, lo

absurdo de un sauce inclinado hacia la derecha sobre un río,

mi brazo derecho, mi hombro derecho, mi oreja derecha, mi

pierna derecha, mi posesión derecha, mi desposesión.

Desviarme hacia mi muchacha izquierda -manchas azules

en mi palma izquierda, misteriosas manchas azules- mi

zona de silencio virgen, mi lugar de reposo en donde me

estoy esperando. No, aún es demasiado desconocido, aún no

sé reconocer estos sonidos nuevos que están iniciando un

canto de queja diferente del mío que es un canto de quemada,

que es un canto de niña perdida en una silenciosa ciudad

en ruinas.

¿Y cuántos centenares de años hace que estoy muerta y te

amo?

Escucho mis voces, los coros de los muertos . Atrapada

entre las rocas ; empotrada en la hendidura de una roca. No

soy yo la hablante: es el viento queme hace aletear para que

yo crea que estos cánticos del azar que se formulan por obra

del movimiento son palabras venidas de mí.

Y eso fue cuando empecé a morirme , cuando golpearon

en los cimientos y me recordé.

Suenan las trompetas de la muerte . El cortejo de muñecas

de corazones de espejo con mis ojos-azul-verdes reflejados

en cada uno de los corazones . Imitas viejos gestos hereda-

dos. Las damas de antaño cantaban entre muros leprosos,

escuchaban las trompetas de la muerte , miraban desfilar

-ellas, las imaginadas - un cortejo imaginario de muñecas

con corazones de espejo y en cada corazón mis ojos de

pájara de papel dorado embestida por el viento. La

imaginada pajarita cree cantar; en verdad sólo murmura

como un sauce inclinado sobre el río.

Muñequita de papel, yo la recorté en papel celeste, verde,

rojo, y se quedó en el suelo, en el máximo de la carencia de

relieves y de dimensiones. En medio del camino te incrustaron,

figurita errante, estás en el medio del camino y nadie te

distingue pues no te diferencias del suelo aun si a veces

gritas, pero hay tantas cosas que gritan en un camino ¿por

qué irían a ver qué significa esa mancha verde, celeste, roja?

Si fuertemente, a sangre y fuego , se graban mis imágenes,

sin sonidos, sin colores, ni siquiera lo blanco. Si se intensifica

el rastro de los animales nocturnos en las inscripciones

de mis huesos. Si me afinco en el lugar del recuerdo congo

una criatura se atiene a la saliente de una montaña y al más

pequeño movimiento hecho de olvido cae -hablo de lo

irremediable, pido lo irremediable- el cuerpo desatado y los

huesos desparramados en el silencio de la nieve traidora.

Proyectada hacia el regreso, cúbreme con una mortaja lila.

Y luego cántame una canción de una ternura sin precedentes,

tina canción que no diga de la vida ni de la muerte sino de

gestos levísimos como el más imperceptible ademán de

aquiescencia, una canción que sea menos que una canción,

una canción como un dibujo que representa una pequeña

casa debajo de un sol al que le faltan algunos rayos; allí ha

de poder vivir la muñequita de papel verde, celeste y rojo;

allí se ha de poder erguir y tal vez andar en su casita dibujada

sobre una página en blanco.




De Extracción de la piedra de la locura (1968)




Alejandra Pizarnik