martes, 21 de enero de 2014

BAILAR AL SON DEL SILENCIO (Pieza teatral)

 



Bailar al son del silencio
  
De Alejandro Ezequiel Formanchuk
(Pieza teatral en un acto)
  
Se dice que el registro exacto de una conversación que había parecido brillante da a menudo una impresión de pobreza. Falta allí la presencia de los que hablaban, los gestos, las fisonomías, el sentimiento de un acontecimiento a punto de sobrevivir, de una improvisación continua. La conversación, en adelante, no existe ya, está aplastada en una única dimensión de lo sonoro, tanto más engañosa cuanto que este intermediario totalmente auditivo es el del texto leído.
Maurice Merleau-Ponty
Personajes
HOMBRE        
MUJER
PARROQUIANO

Escena
Tres mesas. En la del centro están sentados el Hombre y la Mujer. En la de la izquierda, iluminada tenuemente, apenas se insinúa la figura del Parroquiano. La mesa de la derecha permanecerá deshabitada durante toda la obra.
 
        
HOMBRE:               Usted sabe que la quiero… y si no lo sabe, sépalo.
 
MUJER:                 Bueno… nunca me lo había dicho.
 
HOMBRE:               Tiene razón, ni ahora mismo me animo a decírselo… solamente lo estoy pensando. Es más, estoy seguro de que cuando llegue el momento, cuando por fin llegue ese momento, no se lo voy a decir.
 
MUJER:                  Quizás, si me dice que me quiere, yo también termine confesándole que lo quiero… y ahí va a empezar el verdadero sufrimiento. Mejor dejemos las cosas como están, y así, tal vez, algún día volvamos a besarnos.
 
HOMBRE:               Yo sé que mi corazón me invita a equivocarme, porque amarla, querida mía, es un error… y sin embargo no puedo olvidarla… ¡y eso que hace apenas tres besos que la conozco! (La Mujer da tres golpecitos sobre la mesa) Muchas mujeres me dieron lo que usted me dio, y algunas hasta lo hicieron más rápido y con más esmero… pero usted me hipnotizó.
 
MUJER:                  ¿Con qué péndulo?
 
HOMBRE:               Con el de su amor.
 
MUJER:                  Yo jamás le prometí mi amor… No confunda la carne con el alma… (Desconfiada) ¿No será que usted sólo extraña mi cuerpo?
 
HOMBRE:               ¡Ojalá fuera sólo eso! (Se sincera) Bueno, en realidad es sólo eso lo que extraño. Pero no se equivoque… yo necesito su cuerpo porque la necesito a usted, y usted viene adentro.
 
MUJER:                  (Pausa) ¿Por qué me dice que me quiere, justo ahora, cuando yo lo abandono?
 
HOMBRE:               Porque no me dio tiempo… Hace apenas tres besos que la conozco, hace dos que la quiero y hace uno que me abandonó… Por eso yo busco el cuarto beso, el beso del regreso, el beso del amor…
 
MUJER:                  El cuarto beso, querido mío, es el beso del dolor… Yo lo estoy amando al negarle mi amor. Le juro que no va a querer mis besos… se va a arrepentir.
 
HOMBRE:               Eso ya lo sé, pero igual me gustaría oírle decir, al menos una vez, “te amo”. (Pausa) Aunque sí, lo reconozco, también tengo miedo.
 
MUJER:                  ¡Vio que tengo razón! ¡No, pero si usted no es tan tonto como parece! Yo lo amo tanto que no lo voy a amar. ¡Váyase!, usted no me interesa, sólo fue un ave de paso, una gota más en el mar de mi lujuria… Corra, aléjese de mí, ¿o acaso quiere que lo bese?
 
HOMBRE:               No finja desprecio… me puede herir sin necesidad de fingir. Usted me desprecia porque la amo, y yo, me doy cuenta, soy un idiota que la ama porque me desprecia.
 
MUJER:                  ¡Yo no lo desprecio! Yo le di todo y con inusitada velocidad… Usted tardó más en besarme que yo en desvestirme.
 
HOMBRE:               Vuélvase a vestir… yo sólo la quiero besar. Y no se equivoque: el desprecio no consiste en decir que "no", sino en decir que "sí" sabiendo que hay un "no" esperando… esperando a que uno se termine de vestir.
 
MUJER:                  Cuando le dije que "sí" usted no me importaba, pero ahora, que lo quiero, le digo que "no".  Yo, tal vez, sea una mujer de "sí" fácil, pero mis "no" son muy difíciles… (Medita) A ver, ¿le consuela de algo si le digo que no lo abandono por ningún otro hombre?
 
HOMBRE:               Usted no me abandona por ninguno, me abandona por todos.
 
MUJER:                  ¿Es más feliz sabiendo que no amo a nadie, que a lo sumo quiero a algunos?
 
HOMBRE:               No sé si es mejor perder contra la soledad que contra el amor.
 
MUJER:                  ¡Pero si yo no voy a estar sola! La soledad es algo que se siente cuando una deja de estar acompañada… y yo hace largo rato que no me hago acompañar.
 
HOMBRE:               Le doy un consejo, no se acostumbre.
 
MUJER:                  (Lo mira con ternura y le acaricia una mejilla) Usted es incapaz de bailar al son del silencio, ¿no?
 
HOMBRE:               (Larga pausa) ¿Sabe qué? Aunque me deje le tengo que agradecer, porque gracias a usted volví a escribir pequeñas y torpes poesías, un par de cuentos breves… Qué quiere que le diga, usted me inspira.
 
MUJER:                  ¿Yo?
 
HOMBRE:               Mejor dicho, la melancolía que siento por su amor es la que me inspira.
 
MUJER:                 ¡Vio todas las cosas que hago despertar en usted!
 
HOMBRE:               Sí, pero con el único fin de volver a matarlas.
 
MUJER:                  ¡No, con el único fin de recordarle que aún están vivas!
 
HOMBRE:               En eso somos diferentes… Yo nunca podría hacerle mal… a lo sumo matarla… pero lo haría una sola vez… En cambio usted no se cansa de matarme y resucitarme.
 
MUJER:                  ¡Yo no hago eso! Yo no le invento ninguna expectativa, mi "no" es lapidario. Es usted el que se suicida y se resucita… usted es su propio Lázaro y su propio Jesús.
 
HOMBRE:               Levántate y ama.
 
MUJER:                  ¿Por qué se esfuerza en ver amor donde sólo hubo algunos besos?
 
HOMBRE:               Es que así ven los enamorados.
 
MUJER:                 Así ven los ciegos.
 
HOMBRE:               ¿Por qué mi fantasía tiene que ser más débil que la realidad?
 
MUJER:                 Porque yo soy la realidad… y soy cruel.
 
 
La Mujer enciende un cigarrillo y comienza a fumar dibujando fantasmas de humo. Descuidadamente le da la espalda al Hombre. El Parroquiano se levanta de su mesa sin que ellos lo adviertan y sorprende al Hombre hablándole al oído.
 
 
PARROQUIANO:      ¿No se enoja si le hago una crítica? Esta conversación ya no es creíble, hay demasiados firuletes literarios, muchas frases pomposas… ¿usted se la quiere dar de artista, acaso? ¡Déjese de embromar! Así no hablan los que hablan de amor, ni de pena, ni de olvido…
 
HOMBRE:               ¿Usted cree saber cómo hablan los enamorados?
 
PARROQUIANO:      Hablan como sienten.
 
HOMBRE:               Bueno, yo hablo como puedo.
 
PARROQUIANO:      Sí, siempre de más y nunca lo suficiente.
 
 
El Parroquiano regresa a su mesa. El Hombre espanta con la mano a los fantasmas de humo, le quita a la Mujer el cigarrillo de su boca y le toma ambas manos.
 
 
HOMBRE:               Por favor, quiero pedirle que no se olvide que estoy sufriendo… Yo estoy muerto de amor por usted… Y se lo quiero recordar para que entienda que mi posición es muy desventajosa… Usted, tal vez, se divierta con esta charla, la vea como algo entretenido, como un interesante intercambio de opiniones… Yo, en cambio, la siento como un grito en vano: usted se va de mi vida y no puedo hacer nada para retenerla. Nada, nada de lo que yo le diga la va a convencer… ni siquiera me da tiempo para enamorarla, para mostrarle, para demostrarle cuánto la amo… Si tan sólo me dejara pasar un día entero a su lado, un día apenas… (Pausa. Sonríe tímidamente) Disculpe que le pregunte esto, pero… ¿no será que teme enamorarse de mí?
 
MUJER:                  Si le digo que "sí", me va a creer… pero si le digo que "no", va a pensar que le miento… Contéstese usted, usted ya sabe la respuesta.
 
HOMBRE:               ¡Soy capaz de enamorarla!
 
MUJER:                 A mí me enamoran muchos, pero me conservan pocos.
 
HOMBRE:               ¡Soy capaz de conservarla!
 
MUJER:                  ¡Ni se le ocurra intentarlo! Hágame caso, no sea cabeza dura… Algún día se dará cuenta de que nadie lo rechazó con tanto amor… Además, usted es un hombre bueno…
 
HOMBRE:               No meta a la bondad en esto… Yo no soy bueno, soy egoísta: la quiero para mí.
 
MUJER:                  ¿Para usted? ¿Pero qué quiere? ¿Empezar a amarme? ¿Empezar a sufrir por mi pasado, tan diferente al pasado que usted sueña para el amor de su vida? ¿Qué quiere? ¿Empezar a mortificarse sabiendo el número exacto de hombres a los que complací? Usted bien sabe que fueron bastantes, y si ahora no le importa es porque todavía no le importo…  Ahórrese el dolor de estómago.
 
HOMBRE:               Ahora me duele el alma.
 
MUJER:                  Sépalo bien: yo tuve a todos los que quise… y a usted también lo quise.
 
PARROQUIANO:      (Riéndose, le grita al Hombre desde su mesa) ¡Es inútil! ¡Desista!
 
HOMBRE:               (Lamentándose en voz baja) Como si pudiera decidirlo.
 
PARROQUIANO:      (Se levanta y mientras habla va acercándose con calma hacia el Hombre) ¡Pero vamos, amigo! ¿Acaso no ve que el amor es una pura cuestión de fe?
 
HOMBRE:               Precisamente… ¡La fe no puede decidirse!
 
PARROQUIANO:      Al contrario, mi buen amigo… La fe es una decisión, al igual que el amor. Mire, un viejo filósofo decía que la creencia en Dios era el más racional de los actos, ¿sabe por qué? Porque las personas que creen en Dios arriesgan una inversión mínima en esta tierra con la esperanza de ganar beneficios infinitos en la otra vida… ¿Se da cuenta? Y con el amor pasa exactamente lo mismo: usted debe querer quererla antes de poder quererla. ¡Vamos, hombre! ¡Deje de amarla!
 
HOMBRE:               No puedo.
 
PARROQUIANO:      Ella no lo ama.
 
HOMBRE:               Ella no lo sabe.
 
 
El Parroquiano palmea al Hombre, rodea la mesa y se para detrás de la Mujer.
 
 
HOMBRE:               ¿Qué puedo hacer…? ¿Quiere que nos tomemos un tiempo para pensar bien las cosas, para ver qué nos pasa…?
 
MUJER:                  Por favor, no me haga prometerle lo que no sé si voy a querer cumplir. A veces en la carrera desesperada por el amor una promete tantas tonterías… Yo misma me descubrí, mil veces, jurando amores eternos que después duraban menos de una semana…
 
HOMBRE:               ¿Y eso qué importa?
 
MUJER:                  Que yo quiero sobrevivir a la fugacidad.
 
HOMBRE:               Nuestro amor no sería fugaz, se lo aseguro.
 
MUJER:                  Sí, ¿pero a qué precio?
 
HOMBRE:               Al precio de…
 
MUJER:                  (Lo interrumpe) Al precio de terminar odiándonos.
 
HOMBRE:               No, al precio de animarnos a hacer una pintura sobre arena… ¿No lo entiende? No importa que el amor no sea eterno…
 
MUJER:                  ¿Entonces por qué quiere que me quede a su lado?
 
HOMBRE:               Porque lo verdaderamente eterno es el recuerdo del amor perdido.
 
MUJER:                  El amor también puede ser eterno.
 
HOMBRE:               Sí, siempre y cuando la eternidad sea sólo eso: un único tiempo presente.
 
MUJER:                  (Sonríe con un dejo de tristeza) Lo envidio, porque yo, inevitablemente, cuando comienzo una relación ya estoy pensando en que algún día se va a terminar… Que tantos besos, tantas promesas, tantos "te quiero y te quiero" serán finalmente carne para el olvido…
 
HOMBRE:               O alimento para el alma.
 
MUJER:                  Sólo es cuestión de tiempo para que los grandes amores se conviertan en los grandes fraudes… "Hoy un juramento, mañana una traición". Después de todo, ¿no somos, pese a la vida, seres para la muerte?
 
HOMBRE:               Yo soy inmortal, siempre voy a estar vivo… Y aunque sepa que me voy a morir, nadie me lo va a poder demostrar cuando por fin suceda.
 
MUJER:                  Con el amor es distinto… cuando se muere el amor uno sigue viviendo.
 
HOMBRE:               No siempre.
 
PARROQUIANO:      (Le habla al Hombre por sobre los hombros de la Mujer) ¿Y?  ¿Todavía va a seguir insistiendo?
 
HOMBRE:               No puedo hacer otra cosa…
 
PARROQUIANO:      ¡Pero usted es un desagradecido! Ella tiene la gentileza de serle sincera, de quitarle hasta la más mínima esperanza de amor… y usted qué hace: sigue y sigue embromando. ¿Qué quiere… que le mienta? Mire, ella es mujer, podría inventarle mil, ¿qué digo mil?, ¡millones de excusas!
 
HOMBRE:               Por eso la quiero… ¿Dónde voy a encontrar una mujer que me quiera tanto como para decirme en la cara que no me quiere?
 
PARROQUIANO:      Escúcheme, en la vida hay dos clases de amor…
 
HOMBRE:               Sí, los eternos y los…
 
PARROQUIANO:      No, los largos y los cortos… y el suyo fue de los cortos… No jorobe.
 
HOMBRE:               Si fue tan corto, ¿por qué me duele tanto perderla?
 
PARROQUIANO:      Amigo, lo que pasa es que usted no sufre por lo que fue ni por lo que es, usted sufre por lo que pudo ser… por lo que pudo ser un gran amor.
 
HOMBRE:               No hay nada más doloroso que una ilusión.
 
PARROQUIANO:      (Regresando a su mesa) No hay nada más real.
 
MUJER:                  (El Hombre se queda pensativo y ella le acaricia el rostro) Me sorprende haberlo enamorado tanto y en tan poco tiempo… y se lo digo sin modestia.
 
HOMBRE:               A mí también me sorprende, pero usted ya sabe… (Recita el siguiente verso de Charles Baudelaire) "Mas de una flor derrama a pesar suyo / su aroma dulce como un secreto / en las profundas soledades..." Tal vez estoy tan acostumbrado a la oscuridad que cualquier chispazo me deslumbra como el mayor de los relámpagos… Guárdese la modestia… Yo soy conciente de las trampas de la ilusión…
 
MUJER:                  (Aliviada) Exacto: cuanto menos me conozca más me va a amar porque más me voy a parecer a sus sueños… (Le toma una mano y se la besa) Usted sabe que no me ama… usted se ama a usted, a lo que usted cree que soy.
 
HOMBRE:               (Ahora es él quien le toma las manos) ¡Ámeme!
 
MUJER:                  (Se suelta bruscamente) No, consérveme como soy ahora… perfecta…
 
HOMBRE:               Perfecta pero ausente.
 
MUJER:                 Ausente… y por eso perfecta…
    
HOMBRE:               Pero sin usted yo voy a sufrir.
 
MUJER:                 Conmigo sufriría peor.
 
HOMBRE:               Yo sé que el fin del sufrimiento no es el comienzo de la felicidad.
 
MUJER:                  Pero al menos es el fin de algo.
 
HOMBRE:               Si de todas formas tengo que sufrir prefiero que sea a su lado.
 
MUJER:                 ¿Por qué se empecina?
 
HOMBRE:               ¿En quererla?
 
MUJER:                 No, en sufrir.
 
 
El Hombre se pone de pie y se acerca a la mesa del Parroquiano. Se miran en silencio y luego el Parroquiano lo invita a sentarse.
 
 
HOMBRE:               ¿Por qué los caminos del amor serán tan tortuosos?
 
PARROQUIANO:      "Caminos", "caminos"… los caminos no son iguales para todos los hombres… Cada mujer traza múltiples senderos y son siempre ellas las que deciden por cuál debemos transitar… Los hay rectos, sinuosos, infinitos, errados…
 
HOMBRE:               Yo estoy dispuesto a recorrer cualquier camino, el que ella me imponga…
 
PARROQUIANO:      ¡Pero es inútil, mi amigo! Al final de ese largo camino ella no va a estar esperándolo con una corona de laureles… ¡ni siquiera de espinas!
 
HOMBRE:               (Medita) Tal vez ella sea el destino mismo y no…
 
PARROQUIANO:      (Lo interrumpe sin escucharlo) Además, habiendo en el mundo tantos otros "caminitos" accesibles y reconfortantes… usted me entiende, ¿no? Mire, yo ya no sé si lo suyo es amor o capricho.
 
HOMBRE:               Lo mío es desgracia.
 

PARROQUIANO:      Olvídela, hágame caso.

 
HOMBRE:               Al ser humano se le permite hacer dos cosas en la vida: vivir y recordar. El olvido, por el contrario, no es más que un extraño privilegio que de vez en cuando otorgan los dioses… y yo nunca fui un privilegiado.
 
PARROQUIANO:      Entonces no es que haya gente vieja, lo que hay es gente con muchos recuerdos. (Risas) ¡No envejezca, olvídese!
 
HOMBRE:               ¿Será que no la olvido para poder sacar provecho de mi sufrimiento?
 
PARROQUIANO:      (Extrañado) ¿Qué?    
 
HOMBRE:               Sí, para poder disfrutar de esta melancolía que me dicta versos donde alguna vez existieron verbos.
 
PARROQUIANO:      ¡Ya me lo imaginaba! ¡Usted es de los que buscan sufrir en la vida real para poder gozar en la poesía! (Risas) Antes les decían "masoquistas", pero ahora se hacen llamar "artistas".
 
HOMBRE:               (Derrumbado) Ni siquiera soy original en la desgracia…
 
PARROQUIANO:      Nadie es original en nada.
 
HOMBRE:               ¿Pero qué puedo hacer, entonces? Yo pensé que volver a verla me iba a servir para…  No sé, que al menos la tristeza me iba a regalar un instante de… No me mire con esa cara, no estoy haciendo nada malo, tan sólo pensé que podía transformar el dolor en arte, convertir una lágrima en una gota de miel… Pero veo que la cosa no es tan sencilla como parece… las personas viven sufriendo y eso no las convierte en artistas.
 
PARROQUIANO:      En artistas no, pero en santos sí. Los caminos que conducen a la santidad son siempre menos exigentes que los que llevan al arte… Pero no se desespere, muchas genialidades nacieron a partir de un desengaño.
 
HOMBRE:               ¿Y la calidad de la obra es proporcional al desengaño sufrido?
 
PARROQUIANO:      (Duda) A veces…
 
HOMBRE:               (Entusiasmado) ¡Porque yo sufrí mucho!
 
PARROQUIANO:      No cante victoria.
 
HOMBRE:               ¿Me permite hacer un último intento?
 
PARROQUIANO:      Haga lo que quiera. Pero recuerde… la mujer vino a este mundo con el único fin de divertirse. (Se levanta de su mesa, se acerca a la Mujer, le acaricia el cabello y se retira del escenario)
 
HOMBRE:               La quiero.
 
MUJER:                 ¿Lo dice o lo siente?
 
HOMBRE:               Lo hago.
 
MUJER:                 Pero usted no es el único.
 
HOMBRE:               (Pausa) ¿Y usted los quiere?
 
MUJER:                  No sé.
 
HOMBRE:               Es lógico.
 
MUJER:                  ¿Por qué?
 
HOMBRE:               Usted nació para ser amada, no para amar.
 
MUJER:                  (Burlona) Soy la expresión perfecta de la pasividad.
 
HOMBRE:               No quise decir eso… (Pausa larga) En fin, somos varios los barcos que dependemos de su faro.
 
MUJER:                  ¿"Faro"? ¿De qué habla? En muchos rincones de mi alma es siempre de noche.
 
HOMBRE:               Es esa noche suya, tan profunda y misteriosa, la que me ilumina. 
 
MUJER:                  ¿La que lo ilumina? ¡Mi noche le nubla la vista… sus ojos están llenos de lágrimas!
 
HOMBRE:               (Avergonzado) No, no son lágrimas…
 
MUJER:                  Si su vida fuese feliz usted sólo se dedicaría a ser feliz, no tendría necesidad ni de llorar ni de escribir… ¿Todavía no se dio cuenta de que es más poético amar que escribir poemas de amor?
 
HOMBRE:               Dicen que los pueblos felices no tienen arte…
 
MUJER:                  Pero tienen felicidad… ¿Qué más quieren? No intente engañarme, la tristeza es siempre triste.
 
HOMBRE:               La tristeza es lo único que me queda… Es mi compañera, mi arcilla… Es a la inspiración a la que temo… Ella se alimenta del mineral de mi tristeza y me pide cada vez más, más… Es tortuosa, solitaria, celosa…
 
MUJER:                 ¿Celosa?
 
HOMBRE:               Celosa de usted.
 
MUJER:                 ¿De mí?
 
HOMBRE:               De lo que usted representa para mí.
 
MUJER:                 ¿Y qué represento?
 
HOMBRE:               El más bello de los papeles… Querida mía, usted es la inspiración.
 
MUJER:                 ¿Yo?
 
HOMBRE:               Sí, y sin usted yo no hubiese podido escribir esta conversación.
 
MUJER:                 ¿Qué quiere decir… que esta conversación no existe?
 
HOMBRE:               No, y yo tampoco… y usted, menos…
 
MUJER:                 No le creo.
 
HOMBRE:               Perdóneme, pero escribirla fue la única forma que tenía para volver a estar con usted.
 
MUJER:                  (Desafiante) A ver, a ver… si soy producto de su imaginación, tal como usted dice, escriba, escriba ahora y hágame decirle que lo quiero, que lo amo, que lo necesito… Vamos, rompa con el final que se avecina, cambie la historia, someta mi voluntad a su deseo… escriba, escriba el destino que usted sueña para ambos.
 
HOMBRE:               Mi deseo es servil y temeroso de la vida… Yo no quiero inventarme un final feliz… Esta es mi obra, es cierto, pero usted sigue siendo usted, tan independiente como lo fue siempre, tan única… No puedo doblegarla ni siquiera siendo su dios… ni siquiera siendo su verbo…
 
MUJER:                  Entonces tendrá que reconocer que nuestra conversación fue mucho más real de lo que usted cree… Su amor es ahora más sincero, pero mi negativa es aún más firme.
 
HOMBRE:               Entonces abandonemos para siempre esta penosa fábula.
 
MUJER:                 Yo ya la abandoné… y a usted también.
 
 

Se baja el telón